jueves, 11 de marzo de 2010

El doble filo de las expectativas

Una campaña electoral debe ser seductora para movilizar a los votantes. Tanto los temas como los dispositivos para crear una interacción con el electorado deben producir esperanzas. Se podría decir que hay que arrancar la campaña ofreciendo expectativas. Tomando como referente la campaña de Obama (a pesar de estar ya muy manida) además de las propuestas electorales, se pusieron en marcha plataformas como mybarackobama.com que ayudaron a crear una comunidad global de seguidores que participaron activamente bajo un objetivo común: Obama for president.
La estrategia estaba enfocada al diálogo, en hacer a la gente responsable de un mismo proyecto, en generar entusiasmo y hacer que cualquiera se sintiera importante independientemente de sus aportaciones. Contar con la gente hace que se generen expectativas, lo que no es ni bueno ni malo, simplemente dependerá del resultado. La campaña electoral no defraudó porque todos esos esfuerzos se vieron recompensados por la victoria. ¿Pero qué ocurre después? Todo ese gran comunidad sigue ahí. Durante la campaña su apoyo fue incondicional pero ¿Sienten ahora que el presidente está en deuda con ellos? No se hasta que punto puede despertarse ese sentimiento, pero los papeles han cambiado y las expectativas creadas empiezan a ponerse a prueba.
La licencia que uno se toma para generar un entusiasmo que desborda el acontecer de las cosas durante una campaña electoral, puede resultar excesivo una vez que se llega al Gobierno. ¿No pueden las expectativas originadas en una campaña electoral eufórica, convertirse, una vez en el Gobierno, en obligaciones que es necesario seguir satisfaciendo? ¿Se puede hacer una campaña electoral teniendo como fin absoluto ganar las elecciones? Desde luego que si hay posibilidades de ganar, no sería bueno generar expectativas exageradas. La campaña electoral es una cosa, la campaña desde el Gobierno es otra.
Este sesgo que parece presentarse entre la campaña electoral y la campaña una vez en el Gobierno, viene de hacer esta diferencia de campañas. Este sesgo es el que legitimaría lo que Dick Morris y James Carville llamaron “campaña permanente”. Todas las expectativas generadas en la campaña electoral, se convertirán en obligaciones una vez en el Gobierno. No se pueden abandonar las posiciones ganadas.
Una “campaña permanente” tiene en cuenta las exigencias del momento pero permite una visión a largo plazo que hará mas coherente el tránsito de la campaña electoral a la campaña en el Gobierno.

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